Ay amores que tienen mucho de definitivo; que llegan de manera
misteriosa para instalarse en nosotros y no irse más, que ocultan
mensajes que reconocemos aunque no los entendamos, o que entendemos,
aunque no los reconozcamos, que tienen el mérito de posibilitar catarsis
inexplicables e irracionales desde la euforia... o desde una tristeza
infinita.
Cuando después de luchar contra nosotros mismos
nos rendirnos al sentimiento, ese octubre de hace cuatro años, yo no
sabía lo que era el amor, pero aún en la intensidad de aquel beso de
escalofriante situación, por todo lo que eso implicaba y lo que se nos
venía, supe reconocer un nervio, una pasión y un dolor tan cercanos
como igualmente abrumadores.
Semanas más tarde, sumida en
una depresión que me entrenaba para tantas otras, en mi
cama, escuchando una y otra vez “With or with out you” de U2, pegada a
ese recuerdo. Yo, en trance, oyéndola una y otra vez, como si se tratara
de un mantra; y de la situación, sin entender más que lo que sentía, sin
creer más que en sus palabras. Yo, en lágrimas de sangre y lamiendo la
sal de mis heridas prematuras.
Una vez más, escuchar “no puedo vivir,
con o sin ti no puedo vivir” era demasiado fuerte para un alma en pena
como la mía, que acababa de perder entonces y por vez primera a un amor y
por obra y gracia de él mismo.
Tiempo después, buscando
interpretaciones que me ayudaran con la traducción de sus palabras
versus sus hechos, en los amigos, encontré un sin número de ellas. Muchas
ridículas, otras exageradas. La mayoría, enfocada en cuestiones
religiosas (es sabido que él comulga abiertamente con los postulados
católicos y que muchos de sus conflictos encuentran su raíz en los
evangelios).
Pero a tono con ese viejo postulado que dice
que: “Cada quién sabe porqué un amor nos conmueve, emociona y hasta
transforma”; comparto y me quedo con una solitaria opinión de alguien
que sin caer en la tentación del análisis profundo, simplemente comentó:
“Yo creo que tu amor por él sencillamente, resume cuan dolorosa puede
ser la existencia de un ser humano”. Y otro agregó: “Decenas de veces
te vi en aquellos tiempos sufrir en mi hombro... y cada vez que te
retorcías (literalmente) recordándolo, llorabas, llorabas a mares… y yo
lloraba contigo”.
El desenlace de la historia no se
encontraba en la idea original, pero ya desde los primeros encuentros,
él comenzaba a faltar a la verdad, alargando la agonía con un
interminable “espérame” luego de una estremecedora sección de llanto.
Ya
para febrero, habría respetado casi por completo la ‘literalidad’ de la
palabra que nunca dijo, adiós, que con su desaparición de la escena la
afirmó. Buscando sus palabras en la traducción de sus hechos. Traducir
literalmente despoja a una intención de corazón y del deseo platónico
original, por eso trato de acercarme más a la intención que descubro en
él que a la rigurosidad del final de los hechos y los resultados. De
todas formas, en este caso no fue tan necesario intervenir.
Al
final de esta historia, le sobrevuela, junto con el dolor explícito, un
halo de misterio que es prudente respetar y que también se identifica
(o puede hacerlo) con nuestros propios misterios, con aquellos dolores,
tristezas o incluso acertijos que preferimos no revelar, como los que me
impulsaron a regresar a él poco tiempo después de ese febrero.
Y ahí estamos, como nunca quisimos, como siempre lo descartamos, pero ahí…
Ya no hay nada que ganar y nada queda por perder.
Pero como diría Bonho: "Con o sin él... no puedo vivir"
Celeste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario